AIZKORRI (1.523 m.)

14:08

Distancia: 16,42 km (ida y vuelta)
Desnivel: 820 m.
Tipo: Ida y vuelta por el mismo camino.
Dificulttad: Difícil. En la pendiente antes de llegar al collado de Elorra y en la última senda previa a la cima muchas piedras. En estas dos zonas se precisa apoyo. 
Accesibilidad: Sólo accesible paraa Joëlette y barra direccional.
A tener en cuenta: En caso de mucho viento hay peligro de caída, sobretodo en la senda previa a la cima.

RECORRIDO
0.00.Comenzamos la ascensión desde el parking del santuario de Arantzazu. Una vez bordeado este seguimos la carretera, terminamos el asfalto y continuamos el camino hasta encontrar un último parking. Aquí, cogeremos la ruta que sube a la izquierda, cerrada por una barrera y señalizada con pintura . 
0.30. Una vez en el bosque, enseguida nos encontraremos con una fuente de piedra con una figura de la virgen. Pasada esta nos dirigimos hacia la vaguada de Otraitz. Pero el camino se va endurenciendo según vamos abandonando el bosque.
02.20. Llegamos al collado de Elorra, de donde parten dos senderos. Tomamos el que desciende hacia las campas de Urbía, un terreno muy pisado y arbolado.
02.30. Llegamos a las campas de Urbía, una gran extensión de prados, donde podemos ver un refugio y una ermita. Seguimos un sendero muy marcado dirección NE. Pocos metros después cogemos un desvío hacia la izquierda que desciende hasta la regata de Urbia.
02.45. Cruzamos la regata y girando al E llegamos a las chabolas de Arbelar. Las atravesamos y cogemos el camino hacia el monte Aitzkorri, que empieza con una importante subida hacia la derecha.
El camino está marcado por señales de pintura amarilla, lo que hace que no haya peligro de pérdida.
03.15h. Pasamos junto a una veleta que indica los puntos cardinales.
De frente a la izquierda podemos ver el monte Aketegi y su vértice geodésico, a su izquierda el monte Aitxuri.
El sendero discurre entre rocas y hierba. Alcanzamos el collado anterior al risco de Aitzabal. El camino bordea este pico por la derecha dejando de lado las marcas amarillas para llegar al monte Aizkorri.
04.15h. Culminamos el ascenso consiguiendo nuestro objetivo.







CULTURA
“Los Apóstoles, como animales sagrados abiertos en canal, nos repiten


que se han vaciado porque han puesto sus corazones en otros.


La identidad real del cristiano es la de sacrificarse así”.


Jorge Oteiza


La labor que se le había encomendado a Oteiza en la fachada de la Basílica de Arantzazu era la de convertir algo tan frío y duro como la piedra, algo tan material, tan terrenal en pura espiritualidad. Debía humanizar la materia y representar el alma del cristianismo. El resultado fueron la Piedad, una virgen sin manto, sin adornos, casi sin rasgos fisonómicos y los Apóstoles, catorce figuras descarnadas y descerebradas, que poco tenían que ver con el arte eclesiástico que había predominado hasta el momento.
El escrito que el artista hizo llegar al Obispo de San Sebastián, aunque no le libró de la prohibición, permite comprender mejor qué es lo que los Apóstoles y la Piedad expresan con su particular plástica. “Es un solo tema el que se expresa en la fachada exterior: el de la salvación religiosa y sobrenatural. El conflicto entre el cuerpo, atado a la muerte, y el alma cristiana obligada al amor y a la caridad. Respecto a los Apóstoles, se han eliminado todas las características particulares que pudieran distraer la expresión directa y rotunda del tema religioso que se trata de expresar. Ninguno de los apóstoles pronuncia su nombre (no dicen: “soy Matías, soy Juan...”), pero todos repiten que son imagen de la Imagen suprema del amor y de la caridad que fue Cristo, que vivió y murió entre nosotros para enseñárnoslo. Estos apóstoles imaginan y enseñan esto. La Virgen en su Asunción está como guiándoles y sosteniéndoles”.
Los catorce Apóstoles de piedra caliza tienen doce metros de lado a lado. Cada uno de ellos mide tres metros y pesa alredor de cinco toneladas. Las estatuas no se sujetan sobre ninguna base, por lo que parece que flotan en el aire. Cada apóstol, dentro de su módulo cúbico, tiene su propia personalidad, pero están unidos por medio de las posiciones de sus brazos y manos y la inclinación de sus cabezas. Ese dinamismo hace que la mirada del espectador tenga la necesidad de saltar continuamente de uno a otro. El propio Oteiza denominó ese baile que realizan los ojos como “ballet del friso”. Oteiza utiliza el hiperboloide, el cilindro vaciado y con los lados redondeados, para dotarlos de identidad cristiana. Los vacía porque se han desprendido de sí mismos para llenarse de Dios y entregarse al resto.
Los Apóstoles suponen un homenaje a la naturaleza oriunda: el material utilizado para su realización, la piedra caliza, recuerda a las montañas de alrededor; los volúmenes irregulares de la figuras a los dibujos que el agua realizó durante siglos en las rocas y lo pesado de cada módulo a la dureza propia de la montaña.
En cuanto a su composición la obra es simétrica. Los límites exteriores los marcan las figuras que están en las esquinas. Estos dos apóstoles miran al centro y con su gesto envuelven el conjunto. El resto mira hacia arriba, a la madre que observa a su hijo muerto y se encara al cielo. Como dato anecdótico, cabe mencionar que Oteiza no les hizo ojos a los apóstoles porque durante la oración se mantienen cerrados y al cuarto le omitió el rostro para que cada fiel le pusiera el suyo propio.
Fue realmente polémico el hecho de que Oteiza esculpiera catorce apóstoles en lugar de doce. Según decía, lo que representó no fueron catorce apóstoles, sino catorce unos apóstoles. Es decir, pretendía recoger la idea abstracta de la apostolicidad como comunidad abierta al exterior que reclama, a su vez, la presencia de los demás de una manera solidaria.
Entre los apóstoles del friso y la Piedad que ofrece a su Hijo al visitante hay una pared a la que, en palabras del propio escultor, hay que mirar con los ojos del corazón para descubrir que realmente no existe: “La pared vacía está llena de pensamientos mítico-espirituales. Con una mirada estético-espiritual el espectador puede llegar a ver lo invisible”.
La Piedad que Oteiza creó para la fachada de la Basílica de Arantzazu se diferencia de la de Miguel Ángel en que la Madre no tiene al Hijo muerto en su regazo, sino que éste descansa muerto en el suelo mientras que la Madre, con su cara en forma de corazón, clama y se enfrenta al cielo. Este conjunto escultórico en forma de “t” tiene más de tres metros de altura y anchura y parece que, sin moverse, está volando hacia el cielo.

TRACK
AIZKORRI

Caminando juntos sabe mejor

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